La crisis de los 29
Una semana antes de mi viaje a Santiago, me vi en la necesidad de ir al médico y obligarlo a que me recete algo totalmente efectivo para los síntomas de gripe que tenía por esos días. Una vez en consulta, sugiero al sexagenario médico prescribirme una inyección que me permitiera estar perfecta para mis días de turismo y noches de fiesta en Santiago. Coincidentemente mi médico también tenía un viaje programado, pero a un lugar con bastante más grados por delante. Es gracioso, pero a veces siento que la vida se encarga de juntar a los viajeros en impensables paradas.
Esa noche acudí al centro médico rogando encontrar a una piadosa enfermera, que con amor y delicadeza, pudiera introducir aquella aguja en mi acongojado pero firme (todavía) trasero. Me acerqué al mostrador a registrarme como paciente. La enfermera, cumpliendo con el protocolo, procedió a preguntar mis generales de ley, edad? Veintioc...veintinueve. Como si no fuera suficiente tortura imaginarme la aguja ingresando en mi nalga derecha, acababan de recordarme que hacía semanas atrás había cumplido veintinueve años y que como si tratara de un número de mal augurio, este había traído tristezas y lágrimas por doquier. Ese día, recuerdo haber regresado casa pidiéndole a Dios que me dieran el valor, el coraje, el aguante y abstinencia sexual necesaria para ponerle fin mi relación sin nombre.
Cuando era niña pensaba que a los 29 sería una profesional exitosa, con un trabajo estable, un acomodado sueldo y un lindo novio deseoso de hacerme su esposa. Con el pasar del tiempo, la idea del éxito se relativizó, me aterra pensar en permanecer más de tres años en un mismo empleo, todavía no me acerco al sueldo acomodado y estoy más sola que un hongo.
Durante estos últimos años he reparado en lo doloroso y hasta estresante que puede significar para una mujer estar sola a esta edad. Parece increíble como algo que disfrutaste tanto años atrás hoy se convierte en tristeza pura, al punto de aceptar situaciones y cualquier tipo de relación, o lo que sea que se le parezca, que mitiguen tus ansias de cariño y compañía. Pareciera que con los años encontrar el equilibrio emocional es una lucha constante. La peor de las batallas, por qué se trata de pelear contra ti cada para ser feliz.
Tuve la suerte de irme lejos de Lima y alejarme de mi tormento justo en el momento exacto. Para una nerd como yo, no hay mejor remedio para la tristeza con nombre de hombre que un par de libros, lecturas, exámenes y viajes no puedan curar. Me gustaría decir que toda mi ansiedad y mis penas de soledad se esfumaron a penas llegue, pero no fue así. Mis días lejos de Lima fueron un reto además de académico, emocional. Intentar mejorar mis ánimos, dejar de llorar y volver a ser la chica sonriente que soy era algo que pensaba cada día al levantarme y al acostarme. Pero mientras más son tus ganas de salir del hoyo más son las ganas de la vida de regresarte a el. Recuerdo un día haberme dormido pidiéndole a Dios que aleje a este personaje de mi, es decir, ya estábamos lejos, pero que no me permitiera saber de su existencia al menos durante mis días allá. Desperté contenta a pesar de los dos grados de esa mañana y clin! 3 mensajes de el...
Esta historia continuara.